domingo, 24 de abril de 2011

América Latina y la "enfermedad holandesa"


En anteriores comentarios dentro de este espacio, se ha hecho referencia a las buenas perspectivas económicas y de crecimiento de América Latina. Estas perspectivas son palpables en aquellos países (Brasil, Perú, Bolivia Argentina o Chile, entre otros) que han basado buena parte de su modelo económico modelo en la explotación y comercialización de materias primas y que, al mismo tiempo, se han visto beneficiadas por la creciente demanda de las mismas provinente de un mercado asiático en plena expansión. El crecimiento registrado en la región, en 2010, alcanzó el 6,1%, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que este año haya una ligera moderación hasta situarse en un sólido todavía 4,7% y en un 4,2% para 2012. Un progreso muy significativo si se tiene en cuenta que el PIB se contrajo un 1,7% en 2009.

Sin embargo, dentro de este espacio, no se había incidido en exceso en los efectos perversos que conlleva esta etapa de optimismo económico. Actualmente, diversos especialistas han empezado a advertir que esta etapa de euforia conlleva riesgos que deben tenerse en cuenta y minimizar. Dichos expertos, han recuperado el ejemplo de la “enfermedad holandesa” como advertencia de lo que podría suceder en América Latina si la gestión de los riesgos no es la acertada. La “enfermedad holandesa” (término acuñado en 1977 por el semanario The Economist) se refiere a la relación entre el aumento de la explotación de recursos naturales y la caída de la producción en el sector industrial. Un mecanismo por el que el aumento de los ingresos procedentes de las materias primas conlleva una apreciación de la divisa, lo que reduce el atractivo del resto de los productos nacionales, al hacerlos menos competitivos en términos de precios. Esta dinámica fue la que tuvo lugar en Holanda en 1959 tras el descubrimiento de un importante yacimiento de gas natural.

Por ahora, las exportaciones de materias primas ya dominan ampliamente en Ecuador (78%), Perú (75%), Chile (60%) o Argentina (55%) y, como posible señal de alerta, la región evidencia una progresiva apreciación de los tipos de cambio como consecuencia de la ingente entrada de capital de corto plazo. Se calcula que, sólo para el sector de materias primas, entre 2010 y 2015, llegarán a la región inversiones por más de 150.000 millones de dólares. Es complejo dar soluciones efectivas a problemas complejos como el señalado y, más aún, llamar la atención sobre la factibilidad de estos problemas en momentos de bonanza como el que vive la región. Sin embargo, parece fundamental que los diversos Estados deben perseguir la consecución de saltos productivos, es decir, agregar valor y emprender una diversificación más allá de las materias primas capaz de generar nuevos yacimientos de empleo.

En algún momento, existe la posibilidad de que la demanda exógena que ha motivado el crecimiento regional se agote y la búsqueda de alternativas se convierta en una urgencia apremiante. El objetivo actual debería ser el de evitar esta urgencia aprovechando las ventanas de oportunidad que la coyuntura ofrece. La cuestión en este caso no radica tanto en los logros que se obtengan actualmente sino de si estos logros son acordes a las posibilidades que se plantean; para el caso de la región podrían detectarse varios ejemplos de países con etapas de notorios crecimientos y escasas mejoras en todos los sentidos. Este es el tipo de casos que proveen lecciones de las que es necesario aprender. Pero el aprendizaje no es automático y poner en marcha medidas para no reiterar tropiezos tampoco es una cuestión que se resuelva de manera simple. Ahí es, tal vez, donde radica uno de los grandes desafíos (que no debe desvincularse de todos aquellos que, en algunas ocasiones, parecen haberse olvidado) de la región en este momento.

Un abrazo,

Oscar.

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